Rafael, como el arcángel
Crónica de un viaje por Valentina Sofía Pérez
-Valentina, no sabes lo que significa haberte encontrado esta noche -dijo Rafael mientras encendía una pipa tallada con figuras extrañas -. ¿Recuerdas el nombre que te dije que debías memorizar?
Respondí que me había hecho anotar muchos nombres en mi mapa.
Su rostro cambió, me miró serio y fijamente, como si buscara algún contacto telepático.
-¿Moraleda? -pregunté seria, como si hubiese salido de mi boca sin mi consentimiento-. Asintió con la cabeza y miró hacia el horizonte.
***
Mi primer encuentro con el brujo fue la noche que llegué a Castro, en febrero del año 2016. Hacía frío y lloviznaba. Conversaba con otros mochileros, cuando sentí que alguien celebraba mi vocabulario luego de decir “endémico”.
-Rafael, como el arcángel. –Me dió la mano y me miró fijamente.
Vestía un poncho de lana gruesa, sobre su ropa grisácea y algo húmeda. Yo solo podía ver sus manos y su cara enmarcada por un capuchón. Se veía ceniciento y un poco sucio. Era mayor que el promedio de los que nos encontrábamos en la Plaza de Armas. Si no hubiera sido por su voz pausada, vocabulario complejo y su derroche desmedido de conocimiento, lo hubiese creído un charlatán.
Si yo fuese la de ahora quizás no habría donado ni un minuto de mi atención a un sujeto como ese. Pero la sensación de conocer a un personaje entre místico y bizarro –en el sentido popular de la palabra- me hizo anotar cada una de sus indicaciones. Fueron muchas, entre citas a Nietzsche, lugares remotos y desconocidos de Chile o pasajes de la Biblia. Me recalcó el nombre José de Moraleda, sonreía de una manera macabra cada vez que lo pronunciaba y luego me indicó -en un mapa que él mismo consiguió- la ubicación de la isla de su familia; un pequeño pedazo del archipiélago que no tiene nombre.
-Soy el hijo del último lonco de esta isla, me dijo.
Esa noche fui amable, pero evité distanciarme de mis amigos. Rafael buscaba impresionarme y lo lograba de a poco. Llamó a un tipo que indagó en mis secretos familiares, un amigo de no sé donde que según él podía leer mi aura y yo gradualmente comencé a creer.
Casi al final del encuentro, Rafael se acercó a su mochila y sacó de ella un libro de unos 20 cm de largo por otros 15 cm de ancho. Tapa dura y hasta podría asegurar que de un cuero café verduzco.
-Esta es mi biblia, la llevo conmigo para todas partes. –Yo le pregunté si había estudiado algo, curiosa, sin entender cómo sabía tanto. Me descolocaba que su aspecto no reflejase su forma de hablar. Me respondió que había aprendido en otro tipo de educación, una que no estaba certificada por el gobierno.
-La Recta Provincia –me dijo, y me hizo anotarlo.
***
Después de esa noche olvidé casi por completo a este sujeto. Recorrí otros lugares de la Isla Grande de Chiloé que me parecieron más atractivos, mi atención estaba enfocada en los paisajes y en mi primera experiencia viajando sola. Rafael era una pequeña anécdota hasta que me encontré nuevamente en Castro. Esta vez iba sola, mis amigos se habían ido hacia Queilen y yo emprendía mi viaje de retorno en dirección a Osorno. Les dejé todo lo necesario para acampar; no contaba con que no habrían buses ese día y tendría que dormir una noche ahí.
Encontré un hostal cómodo y muy barato. En él conocí a una mujer que viajaba con su hijo pequeño y que, conmovida por mi soledad, me invitó a mirar la iglesia de Castro que se iluminaba en la noche. Accedí esperando encontrar una excusa para librarme de su panorama y fugarme en una caminata nocturna.
Luego de unos minutos de respuestas evasivas a mi anfitriona que estaba realmente preocupada de que una “jovencita viajara sola”, encendí un cigarro y me acerqué a un basurero. Al momento de botar la colilla volteé la cabeza casi involuntariamente y encontré unos ojos conocidos que me miraban con una expresión que puede definirse entre el éxtasis y la consternación.
-Valentina. Qué maravilloso encontrarte nuevamente.
La sorpresa, la curiosidad y la excusa perfecta me hicieron despedirme de la mujer del hostal que aceptó liberarme de nuestro compromiso.
–Me encontré con un amigo, le dije sabiendo que estaba a punto de cometer una locura.
Creo que me arrepentí en ese mismo instante, pero saber que ese acto me hacía dueña de mi destino me dio la valentía para encaminarme hacia el mirador que da a los palafitos junto a él.
***
Al mirar al horizonte, Rafael comenzó a hablarme de su libro y la conexión de éste con el tal Moraleda.
-¿Recuerdas que te dije que era hijo del último lonco de este lugar, Valentina? –me di cuenta que repetía mucho mi nombre-, no es mentira lo que te estoy diciendo. En mi isla están los tesoros que mi familia ha guardado por generaciones. A mí no me importa la magia, tampoco me sirve de nada conservar esas cosas, he encontrado más felicidad en mis viajes. Te preguntas cómo consigo la plata para tener todo lo que necesito, viajando tanto tiempo, si ni siquiera hago artesanías. Bueno, he vendido mucho. He vendido muy barato, pero es lo que necesito, no más.
Me mostré incrédula durante todo su relato. No quería convencerme de que lo que oía fuese real. Él comenzó a ser más insistente. Me dijo que recordara el libro que me había mostrado en nuestro primer encuentro. Nunca vi su contenido, pero parecía muy antiguo.
-Era mejor decir que era una biblia, ¿cómo iba a explicar esto en esas circunstancias?
Quise irme al hostal, pero antes me convenció de ir a cobrar una plata a un local de milcaos. Yo accedí para comprobar si lo que decía era cierto.
La mujer que lo esperaba lo saludó afectuosamente.
-No me cree que te vengo a cobrar, -dijo señalándome.
Ella me levantó las cejas y le pasó un fajo de billetes. Se despidieron pronto y cuando se fue, Rafael me preguntó si creía en Dios. Le dije que no, quería contrariarlo.
Mientras me sermoneaba por no creer en el Evangelio -y pienso que también por no creer en él- logró acompañarme hasta la calle de mi hostal.
Vi en su rostro una expresión de profunda tristeza. Me pidió que fuera a su isla en otra oportunidad, me dijo que ahí podría ver ballenas y pájaros que no le temían a los humanos. No tuve otra opción que despedirme con un abrazo y al hacerlo, sentí un fuerte olor a azufre y a lana mojada.
***
La extraña experiencia nuevamente se difuminó en mi recuerdo y otras cosas de ese viaje cobraron más relevancia. Un mes después, en Santiago, me propuse ordenar las cosas que había traído del sur. Una piedra que recogí en Cucao cayó sobre un libro que al abrirse asomó el mapa que Rafael había conseguido para mostrarme el lugar exacto de su isla sin nombre.
Con un escalofrío repentino, decidí buscar en internet todas las anotaciones sugeridas. Nada de lo que Rafael me había dicho era al azar. Cada palabra me daba más pistas sobre su calidad de brujo. Leí sobre la Recta Provincia, no podía creer que se tratara de algo cierto. Leí sobre José de Moraleda, también hay registros de él y de su libro. Una historia macabra sobre brujería celta y mapuche me hizo tiritar.
Desde ese día me cuestiono si debería ir o no a esa isla, a veces creo que corro peligro y que Rafael puede aparecer en cualquier momento, otras que me eligió por decir una palabra mágica. La razón no logra sacarme de la cabeza es que conocí a un brujo, uno que pudo haberme matado si se aprovechaba de mi negligencia, pero que no lo hizo y lo que me obliga a escribir esta historia.
ANEXO:
Moraleda era un navegante español, que como otros tantos navegantes, buscaba la Isla de los Reyes, también llamada Ciudad de los Césares, con su promesa de riquezas inagotables. Se trataba de un hombre que tenía variados conocimientos, pero su fijación más grande era la magia y el poder que ésta le confería. En uno de sus viajes Moraleda había logrado obtener un libro celta lleno de encantamientos. “El libro más poderoso del mundo”, dijo el brujo en algún momento.
Cuando llegó a Chiloé, creyó que se encontraba frente a la isla que llevaba tanto tiempo buscando. El tipo no era discreto y arribó anunciando el gran poder que tenía en sus manos. Sin embargo, para su sorpresa, en vez de causar la admiración de los habitantes de la isla, que en su mayoría eran mapuche, éstos le informaron que en la isla había una hechicera; una machi que probablemente poseía un poder mayor que él. El navegante quedó tan contrariado que hizo que sus tripulantes buscaran a la mujer para que le demostrara el nivel de sus encantamientos.
Mientras Moraleda descansaba en tierra y antes de que pudiese interactuar con la hechicera, ésta encalló su barco, dejándolo “seco”. El navegante quedó tan sorprendido que sólo pudo demostrar su admiración por la machi regalándole el más valioso de sus tesoros. El libro celta se transformó en la comunión en la que los dos tipos de magia se unieron, dando vida a una dinastía de brujos, La Recta Provincia, que hasta el día de hoy le deben su conocimiento.