[Crítica literaria] Leer a Mistral, tocar la materia textual. Por Pepa Durán.

Citaré a Borges refiriéndose a Gabriela Mistral: “Gustó en Suecia porque responde exactamente a la idea de una escritora de Sudamérica. Tiene que tener sangre india, tiene que escribir de un modo experimental, tiene que ser morena. Ella cumplió con esos requisitos, nada más. Pero la obra de ella la recuerdo bastante floja, de hecho no recuerdo ni una línea de ella”. 

Tal cual la cita

El 10 de diciembre se cumplieron 79 años desde que Mistral recibió el Nobel por esa obra “bastante floja”. Este año en Chile se decretó el 7 de abril -su natalicio- como un día nacional; una buena forma de ubicar su producción lírica en el interés contemporáneo, algo que ha costado con ella, especialmente por todas esas capas de ficción entremezcladas y tantas veces insustanciales que han puesto el interés en su imagen más que en su poesía.

Borges lo dejó clarito

Por mi parte, lo que más aprecio de Gabriela Mistral son sus últimos poemarios, esos medios vanguardistas, quizás un poco obligada a seguir la línea de los tiempos para no ser menos que sus benévolos y preciados compañeros poetas, tan amables y deferentes que cuando concibieron la Antología de la poesía chilena no la incorporaron ni por mención, marginándola del panorama literario de la época como a muchas en los años veinte latinoamericanos. En ese compilado sólo hay nombres masculinos. 

El pago de Chile

Años después de ese desaire, y ya en su madurez, Teitelboim –compilador de la antología junto a Anguita–, expiaba avergonzado su culpa con un librazo dedicado a Mistral. Podríamos perdonarlo sólo por su pluma, única a la hora de narrar aquellos años gloriosos de la poesía chilena, con biografías del tipo Huidobro o Neruda.

Pero volviendo a Mistral, claro que la leí desde pequeña, medio a gusto, medio obligada. Supongo que como muchos chilenos que recitamos sus canciones de cuna, sus rondas, sus poemas infantiles y muchas de las composiciones que la elevaron a esa absurda categoría de madre de la patria, maestra y mujer arquetípica, paradigma de ascenso social, nobleza y conservadurismo; un imaginario nacional en torno a su figura que deshabitó su obra y la modeló como un símbolo. 

El desde

Por eso me gusta recordar esa portada del The Clinic que decía irónicamente: ¿Y ahora a quién vamos a poner en los billetes de  cinco lucas?, cuando se les cayó el mito y por fin se la miró en su condición de poeta, desde su obra y no en función de ideaciones patriarcales, hegemónicas y esencializadoras. Por esta razón quiero invitarles a leerla, porque sé que muchos la encontrábamos fome y hasta nos chocaba su estampa tan relamida y perfectita. Creo que siempre es posible aprender a repensarla más allá de las extravagantes, tendenciosas y caprichosas elevaciones de las que fue objeto, incluso más allá de ella misma, de la Mistral que se construyó también desde todas esas estrategias discursivas y que, como buena escritora, se miró tal cual precisaba Silvia Molloy: eterna narcisa entregada a su producción. 

Hoy le debemos a su compañera Doris y a la desmitificadora investigación de Elizabeth Horan, una mirada desde una intersubjetividad más humanizada, menos imaginaria y ficticia, una apreciación más simbólicamente poética de su trabajo literario. Porque de verdad que la poesía mistraliana puede hacer estallar tus sentidos, te rasga heridas con esa poética “de” y “desde” la locura y el desvarío, desde el territorio, la pérdida y el destino, el desplazamiento, la muerte y el (des)amor. Mistral escribe desde todos esos lugares donde has estado o estarás alguna vez, desentrañando y recomponiendo tu interioridad.

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Mistral te hace tocar la materia textual

Recomiendo: Tala y Lagar que, aunque para algunos un poco anacrónicas, son obras trascendentales; Mistral, una vida de E. Horan; Lucila de Patricia Cerda y, aunque siempre lo tendremos en el patíbulo, igual recomiendo la biografía de Teitelboim. 

Gabriela Mistral tiene una gruesa producción por sí misma y lo que ha venido después ya es gigantesco. Vale la pena resignificar su poesía y devolverla a nuestra experiencia lectora, descifrándola como hemos hecho con otras grandes latinoamericanas: no desde sus representaciones y figuraciones, sino desde la sujeto poética potente, dolorosa, dinámica, poderosa. 

Por Pepa Durán, de @aqui.se.lee

Magister en Lengua y Literatura Hispánica, Universidad de Valencia.

Magister en Educación, Universidad Católica de Chile.