[Crítica literaria] Baumgartner: Un último diálogo con la escritura. Por Pepa Durán.
Baumgartner: Un último diálogo con la escritura. Por Pepa Durán
No podemos empezar este año sin hablar de Paul Auster y de la sensación que despierta; esa de la imprevisibilidad, eso que ya todos sabemos de él, que es el Dios del azar.
Particularmente me costó la vida ser seguidora de la literatura austeriana (pecado mortal). La invención de la soledad me golpeó emocionalmente y creó una especie de velo que recién Baumgartner logró descorrer. Esto no significa que no lo haya leído; de hecho Trilogía de Nueva York me alucinó y por supuesto que 4321 es una genialidad. Pero Baumgartner tiene una dimensión de novela personal tan infinita e íntima que despertó sorpresivamente mi comprensión de su obra; me dejó visualizar lo que está bajo la irracionalidad de sus tramas, la forma en que troca los destinos de sus personajes, los universos propios que construye, cómo tuerce los eventos al punto de discolarlos hasta luxarlos, cómo llega a esos desenlaces estrambóticos rendidos nuevamente a la circunstancia, pero sin necesidad de convertirlos en una reclusión de sentidos.
Baumgartner me hizo aprehender a Auster.
Y lo agradezco.
El azar
Porque Auster te confunde, te inquieta, te seduce y te hace transitar por los meandros de un cuerpo textual onírico, medio kafkiano a veces, lleno de trampas difíciles de esquivar, a riesgo constante de que el criterio de verosimilitud vacile. Con Auster te topas lo detectivesco, lo filosófico y sobre todo te encuentras con una transversal voluntad: que la trayectoria del relato sea atravesada por una emergencia de experiencias causales y casuales que juegan un papel primordial en la (in)estabilidad del texto. Y ya que ese azar es una fuerza que desafía la moralidad y la lógica de las decisiones humanas, cada evento aleatorio que se traza influye drásticamente en el destino de todo el colectivo de sus personajes. Con Auster asistes a la metaliteratura, a la metanovela y a una literatura soberbia, pero increíblemente poco pretenciosa.
Paul Auster: extraordinario.
Baumgartner
Seymour T. Baumgartner es un prestigioso filósofo y académico que hace nueve años perdió a su mujer, una interesante escritora y avezada nadadora que, sin embargo, murió en el mar (las paradojas austerianas). Aunque extravagante, un poco maniático y quizás un tanto “mañosito”, es un personaje dulce y emocionalmente reflexivo, alguien que se afana por entender la ausencia, por desentrañar el duelo más que desde el corazón, desde la razón, desde el intento de reconstruir la memoria para restituir su vida.
Tanto la crítica como la fanaticada austeriana aseguran que esta obra es una metáfora autorial, un ejercicio más benévolo que el resto de su producción, principalmente por la latente deflexión que le habitaba. Y de alguna manera habrá sido así; la muerte subyace en esta escritura, ese lugar común que muchas veces se expresa a modo de obstinación o bien de trasgresión, o simplemente como una huella perturbadora que conduce a la misión de escribir. En Baumgartner se pone en voz la experiencia de la muerte de un otro y la soledad que produce, pero también la muerte que danza inequívoca alrededor del yo.
El miembro Fantasma
Y la metáfora que se criba en esta historia es una loca manera de ver el duelo como una amputación, el olvido como una reconfiguración del cuerpo, la pérdida del otro como algo que se ha ido, pero que se quiere quedar. La sensación de presencia sigue ahí, como un miembro del cuerpo cercenado que permanece por una compleja interacción entre la percepción del cerebro y la fisiología del alma. Tiene que ver con amar y con soltar, porque Baumgartner es además una reflexión sobre el amor y las distintas posibilidades de subsistencia que se nos concede en cada estadio de la vida.
Cuando terminé Baumgartner sentí premura, deseé que Auster no muriera y pudiese escribir pronto sobre lo que venía después de ese estrafalario desenlace. Pero Paul Auster murió. Y nos dejó esa huella azarosa de la realidad, su propio y quizás último diálogo con la escritura y con la vida a través de la literatura, en esa vuelta a la interioridad del autor, en ese grabarse en la palabra hasta el fin. Y con Baumgartner nos dejó este suceso final del que no sabremos más, esos últimos gestos escriturales de su agudeza y autoficción, resumidos en esta maravillosa frase: “vivir es sentir dolor… y vivir con miedo al dolor es negarse a vivir”.
Por Pepa Durán, de @aqui.se.lee
Magister en Lengua y Literatura Hispánica, Universidad de Valencia.
Magister en Educación, Universidad Católica de Chile.