[Crítica literaria] Luciérnaga: mujeres que lucharon y nadie lo supo. Por Pepa Durán
Luciérnaga de Natalia Litvinova.
Las luciérnagas son esos bichitos bioluminiscentes que puedes ver en la oscuridad; despiden una luz fosforescente y en enjambre son un espectáculo diáfano. Natalia Litvinova utiliza esa figura, tan real como literaria, para titular esta impresionante novela que toca trazos de la catástrofe de Chernóbil que aún no habían sido narrados.
¿Y qué similitud hay entre esta representación y quienes experimentaron Chernóbil? Eso que Litvinova declara en las primeras páginas, una especial simbología que retienen: “Los niños en el colegio se burlaban de mí y de sí mismos, decían que éramos radiactivos y que un día brillaríamos en la oscuridad”. Y ella entiende esa ironía no como un insulto, sino como una provocación a desplegar ese pasado colectivo, ese pretérito escondido por la historia, eso subterráneo que circula incorpóreo al filo de la memoria.
Leer magia
Esta es la historia de una mujer que nace a pocos kilómetros de Chernóbil el año en que explota la central nuclear. Es la historia de la autora, de su familia y de su país, un país sumergido en la miseria y el caos; ahí donde sus antecesoras soportaron la persecución de Stalin, el secuestro de los nazis, la esclavitud y el castigo por la traición de sobrevivir. Es una novela donde la familia es el centro y la historia humana recorre los bordes, marcando los dolores y atrocidades del sistema, las formas de lealtad y traición, la sobrevivencia, el olvido, la maldad, las configuraciones de la tortura.
Y para que la lectura misma no se convierta en aflicción, el relato se vuelve poesía. Encuentras belleza y humor en la fragmentación, en el dolor, en la tragedia y en la deshumanización, y eso es porque quien escribe toma la palabra en solitario y la ingresa al texto para acotar sus múltiples posibilidades.
Y entonces lo que lees es magia.
La memoria no existe
He aquí ese relato especular, esa autofiguración que atraviesa subjetividad, lenguaje, poética e ideología.
Es que resulta tan difícil sujetar lo decible en este testimonio que las palabras se van encontrando más allá del cuerpo del texto, en el tono, en la épica, en la poesía y la fabulación. La misma Natalia lo afirma en esa maravillosa cita de Pascual Quignard: la memoria no existe, sólo existen las narraciones de la memoria, los relatos en los que creemos. La memoria es transformación e indagación, y el desafío es encontrarla viva, bucear entre sus trampas: “en las que caímos y de las que aún podemos aprender, si no dejamos que se cristalice, que sea unívoca, que sea escrita solo por los vencedores”.
Litvinova indaga en la memoria de su abuela, de la madre de su abuela y de su madre, habla de su sobrevivencia, de sus sueños, cuenta acerca de ese dolor que es dejar el hogar, soltar, abandonar, susurrar el extravío y lo extraña que es la patria. Este es un relato desde el destierro y el doble desarraigo, desde la Buenos Aires que la acoge; es una historia atomizada, hablada en pequeños fragmentos, retazos de sucesos y ensoñaciones. Aquí de alguna manera se describe lo que la tragedia de Chernóbil dejó, lo que la ideología y la guerra dejó, pero sobre todo lo que dejó en la experiencia familiar de la autora y lo que la búsqueda en la interioridad de sus predecesoras revela.
Mujeres que lucharon
Esta es la historia de mujeres que lucharon y nadie lo supo.
Luciérnaga ganó el Premio Lumen porque Litvinova es: “Una voz deslumbrante y conmovedora, con la difícil cualidad de la sencillez. En la tradición de la mejor literatura rusa, pasa del realismo a lo mítico con naturalidad y sabe recurrir al humor y a la ironía para narrar una historia que todavía no habíamos leído“.
Natalia Litvinova hace del dolor poesía pura.
Luciérnaga, un libro espléndido.
Por Pepa Durán, de @aqui.se.lee.
Magister en Lengua y Literatura Hispánica, Universidad de Valencia.
Magister en Educación, Universidad Católica de Chile.