[Opinión] Las ciudades: el patrimonio común. Por Cristina Añasco
Pronto celebraremos el Día de los Patrimonios, la fiesta cultural más democrática y grande de Chile, que invita a compartir el cariño y respeto por las historias, memorias y patrimonios comunes, una fecha que nos reúne y encuentra como comunidad.
El patrimonio común se rige por principios como el uso libre y pacífico de sus espacios, buscando evitar la apropiación y explotación ilimitada de sus recursos. Es por ello que, hoy más que nunca, se hace imperativo celebrar el patrimonio de nuestra ciudad y comprometernos a su cuidado, pues nos hace conectar con las historias que compartimos con las y los vecinos del barrio, con los relatos de quienes habitaron este territorio décadas atrás y con quienes han visto los cambios en nuestro entorno.
Para muchas personas, el resguardo del patrimonio es un ejercicio básico de democracia y participación. Por eso, nos organizarnos para que sean las y los ciudadanos quienes decidamos sobre cómo queremos mejorarlo y protegerlo para las próximas generaciones.
¿Qué más común y patrimonial que aquel lugar que nos cobijó, alimentó, nos vio crecer y que hoy nos hace convivir con una diversidad de ciudadanos y ciudadanas que han decidido que este será su hogar? Yo no veo algo más cercano y necesario al hogar que la ciudad que habitamos, ya que la añoramos cada vez que estamos lejos de ella, al igual que el hogar que fuimos armando. A las ciudades las complementamos quienes decidimos habitarlas familiar y colectivamente, cuidándolas y valorando su historia para el desarrollo del bien común.
Esta fecha nos recuerda que observar el patrimonio de nuestras ciudades es un acto cotidiano. Por eso, queremos saber sus historias, lo que significan sus recovecos que nos han intrigado, conocer su arquitectura y la época en que diseñaron aquel edificio que siempre nos ha maravillado, por el atrevimiento de quienes la imaginaron y el valor de tal inversión. También queremos saber sobre las historias tras los bellos parques que nos rodea. Somos una ciudad rica en culturas y patrimonios, indaguemos en ella, en sus ríos, sus casas patrimoniales y los barrios obreros que albergaron a quienes construyeron Osorno y la imaginaron plena y desarrollada.
Cuando decidimos vivir en ciudades, debemos asumir el compromiso de trabajar por este patrimonio común, aquel que nos conecta y entrelaza con otros/as. Es ahí donde surge la belleza, esa mirada colectiva de la historia que nos atraviesa y que también hilvana nuestras historias, experiencias y emociones.
Nuestras ciudades están llenas de historias y memorias que permanecen vivas a través de sus bibliotecas, museos, parques, cementerios, edificios públicos, escuelas, liceos, universidades, barrios, plazas públicas, jardines infantiles, poblaciones antiguas y nuevas, barrios comerciales, ferias libres, barrios industriales, obreros y ferroviarios, fuertes y edificaciones coloniales. Pero también y -no menos importante- esa historia habita a través del potente patrimonio indígena que se resistió al olvido y a la anulación. En diversas huellas invisibles de la ciudad aparece vívida la historia de despojo, los tratados y los intentos de diálogo, pero también en la memoria oral de las y los habitantes de la ciudad aparecen preparaciones de alimentos, ungüentos, palabras, dichos y relatos que nos recuerdan que en este territorio habitan pueblos originarios.
Para cuidar y ejercer el derecho a la ciudad debemos asumir que hay un largo tejido de historias y memorias que nos entrelazan y nos identifican, por lo que respetarla y cuidarla en su diversidad es creer que podemos convivir poniendo en el centro este patrimonio común que no tiene un dueño, ni una verdad, ni una historia lineal, ni un final, pero que si tiene a sus ciudadanos y ciudadanas entrelazados tejiendo historias para quienes la habiten en un futuro próximo otras generaciones de osorninos.
Periodista y Mg. en Arte, Pensamiento y Culturas Latinoamericano
Ex seremi de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Región de Los Lagos