[Reseña Ceibo] Grigulevich, de Nil Nikandrov: América Latina en clave cifrada. Por Manuel Castillo

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Ciudad de México, 24 de mayo de 1940. Cuatro de la madrugada. Una caravana de automóviles se detiene en la calle Viena, en Coyoacán. En uno de ellos viajan David Alfaro Siqueiros, muralista y jefe operativo, y un agente soviético que supervisa la ofensiva. Veinte hombres disfrazados de policías, armados con revólveres y una ametralladora Thompson, se aproximan a una casa baja cercada por muros de ladrillos y vegetación frondosa. Tocan el timbre. Esperan. Cuando se abre el pesado portón de hierro, comienza el fuego. Estallan ventanas, gritos quiebran la madrugada y los cactus del patio son perforados de balas. Se dirigen al dormitorio principal. Varios explosivos son colocados en la puerta. Sin embargo, por alguna razón no detonan. La policía se acerca. Siqueiros ordena la retirada. El atentado ha fracasado: Trotsky, histórico líder bolchevique, ha sobrevivido.

Este episodio marca uno de los momentos clave que reconstruye el periodista ruso Nil Nikandrov en Iósif Grigulevich. El hombre de Stalin en América Latina. Primera parte, publicado por Ceibo Ediciones y traducido por María Inés Taulis. El libro sigue la trayectoria del espía soviético Iósif Grigulevich, agente de Moscú y figura central del espionaje estalinista en el continente. Lejos de la caricatura del espía hollywoodense al que estamos acostumbrados, Nikandrov perfila a un personaje culto, políglota, voraz lector, meticuloso y profundamente leal al proyecto soviético. 

Desde sus inicios en el Socorro Rojo Internacional en París hasta su paso por Argentina y España durante la Guerra Civil, Grigulevich fue escalando en la jerarquía del aparato clandestino soviético. Integrado a la NKVD —antecesora de la KGB— participó en misiones destinadas a neutralizar a los opositores de Stalin. En ese camino, cultivó vínculos con figuras de renombre intelectual como Rafael Alberti, Enrique González, Caetano Córdoba y el mismísimo Pablo Neruda. Además, sostuvo un antagonismo declarado con Hemingway y no perdió oportunidad de remarcar sus diferencias. Lo hizo incluso en medio de la guerra, escribiendo una crítica en un periódico chileno. Allí calificaba a Por quién doblan las campanas como una obra de “tufillo trotskista”.

El libro se detiene especialmente en su rol en la operación para asesinar a León Trotsky, referente de la IV Internacional y principal enemigo político de Stalin. La operación tenía dos grandes objetivos: asesinarlo —o al menos forzarlo a abandonar el país—, y apoderarse de un supuesto manuscrito que Trotsky preparaba contra el líder soviético. Al llegar a México, fue recibido por Diego Rivera y Frida Kahlo en su casa del barrio de Coyoacán. La pareja de artistas lo acogió durante sus primeros años en el país, pero las tensiones ideológicas y personales no tardaron en aflorar. Cuando la relación se quebró, Trotsky se trasladó a una residencia más segura en la calle Viena. 

La operación contra el dirigente fue una de las mayores en la historia de la NKVD y contó con la participación de docenas de personas en diferentes lugares del mundo. Grigulevich construyó redes de contacto que incluían al célebre muralista David Alfaro Siqueiros, a los hermanos Arenal, y de manera indirecta pero vital, al que en 1940 sería nombrado cónsul de Chile en México, Pablo Neruda, quien —por intermedio del escritor Luis Enrique Délano— lo ayudaría a conseguir un documento chileno para salir del país. 

Con una narrativa que fusiona el relato histórico con algunos matices literarios, Nikandrov alterna la crónica documentada con escenas de gran carga sensorial y logra un retrato humano de su protagonista sin abandonar el rigor periodístico. Detalles cotidianos conviven con atentados meticulosamente planeados y dan lugar a un ritmo narrativo casi cinematográfico que despliega las paradojas del espionaje entre la épica y lo íntimo. 

Tras el fallido intento de asesinato, el espía se ocultó en una clínica psiquiátrica, y desde allí logró huir a Argentina con pasaporte chileno. Ya en Buenos Aires, reorganizó parte de la red clandestina soviética en el Cono Sur, montó residencias de espionaje, organizó boicots contra embarques de la Alemania nazi, y consolidó contactos en todas partes, siempre bajo una nueva identidad.

Este primer volumen, además de guiar al lector a través del itinerario del espía ruso, permite reconstruir la trama de relaciones culturales, políticas e ideológicas que atravesaron América Latina y el mundo en las décadas previas a la Guerra Fría, y nos ofrece, en última instancia, la posibilidad de pensar la historia desde una arista poco abordada: la de los agentes secretos y las misiones encubiertas en el contexto de un continente que fue terreno de disputa de otros continentes, laboratorio político y tablero de ajedrez de una guerra global. 

 

Iósif Grigulevich. El hombre de Stalin en América Latina. Primera parte. Nil Nikandrov. Ceibo Editorial. Santiago de Chile, marzo de 2025.

Manuel Castillo Lagos es Manuel Castigo
Licenciado en Historia, Universidad de Chile.
Cursando Magíster en Escritura Narrativa, Universidad Alberto Hurtado.