TEJOS A LA RAYA: nueve párrafos por una nueva fuerza transformadora
En el contexto de un nuevo aniversario del 18 de octubre, en el sureño.cl compartimos esta columna para aportar al debate sobre las nuevas fuerzas democrática transformadoras.
- Luego del golpe cívico militar de 1973 las fuerzas de avanzada social hemos vivido cincuenta años en posiciones generalmente defensivas. Para sobrevivir, primero, y luego para generar, por distintas vías, condiciones que posibilitaran recuperar una democracia básica. Medio siglo debió transcurrir para que Chile se estremeciera con una propuesta constitucional que transformaba de manera radical nuestro modo de vida. Las luchas del último trienio, de las que surge la Constitución elaborada por la Asamblea Constitucional, son un patrimonio político y dejan una huella en la conciencia de a lo menos cuarenta por ciento de los chilenos.
- Durante las dos décadas virtuosas de la izquierda chilena (1953-1973) se construyó un nudo poderoso entre los partidos políticos y las organizaciones y movimientos sociales de la época (trabajadores sindicalizados, pobladores, campesinos organizados, estudiantes). Desde entonces nunca ese vínculo entre las organizaciones políticas y las demandas sociales estructuradas se ha reconstruido. Por el contrario, los partidos han perdido legitimidad y presencia ciudadana y, si bien subsisten las expresiones sociales clásicas, un nuevo espectro de miradas, en especial de carácter identitario (ecológicas, feministas, regionales o locales, de pueblos originarios, por los derechos de los sexualmente diversos, etc.) han cobrado gran relevancia y tienen vuelo propio.
- El futuro nos desafía a quienes postulamos transformaciones radicales para nuestra sociedad a configurar una “fuerza” (no un “partido”) que corresponda al desarrollo y tiempos que vive la sociedad chilena, habitada por un “nuevo pueblo” (surgido de las últimas décadas marcadas por el neoliberalismo y su instrumento central, el mercado) heterogéneo, frustrado en sus expectativas, potente en sus explosiones, que exige un análisis más complejo que el puramente clasista. Sí, la lucha por las identidades ha irrumpido y roto la perspectiva de la izquierda del siglo XX. Solo una “fuerza” de nuevo tipo puede conjugar distintos vectores sociales en una sociedad tan desigual como la nuestra que clama por redistribución de poder, riqueza e ingreso.
- Una “fuerza” no es un “partido”, aunque puede, y seguramente requiere, disponer funcionalmente de un “partido” (definido por el SERVEL) como una de varias herramientas. Una “fuerza” es mucho más que un “partido” porque su función esencial en este tiempo es reconstruir una amalgama de la lucha política con la social y cultural y con las emergentes perspectivas identitarias.
- A cambio del sostén financiero público los “partidos” chilenos (SERVEL) se han convertido en entidades hiper reglamentadas, casi en aparatos de estado. El signo de Chile en el último medio siglo fueron las privatizaciones, lo único que se movió en dirección contraria fueron los “partidos”, hoy semi esatatales (si se me permite una ironía). Quizá es esta una de las razones de su alejamiento de la vida colectiva, cotidiana y real. Máquinas electorales manejadas por sectores de la élite, centros de poder para influir en el manejo del estado muchas veces a favor de grandes o pequeños intereses empresariales o personales. Ese modelo de “partido” no es la “fuerza” que necesitamos.
- Una fuerza transformadora disgregada, como la nuestra, debe inventar su propio modelo de organización. Para constituir una nueva “fuerza” debemos someter a revisión los clásicos conceptos como militancia, dirigencia, diferencias, disciplina. No lo hemos hecho, absortos en las regulaciones vigentes, en la diferenciación legal entre “partidos” organizados según la ley y grupos o movimientos estructurados de algún otro modo, pero que no reciben soporte financiero del estado. Los “partidos” parecen creer en una superioridad sobre esas organizaciones (o sobre los independientes) que está lejos de ser acreditada por la ciudadanía.
- A lo menos dos elementos son indispensables para que esa “fuerza” exista: uno, debe ser una comunidad de valores y principios compartidos y, dos, debe tener una conducción superior política y ética, al mismo tiempo, que, para ser efectivamente superior debe nacer desde los grupos organizados de base.
- La construcción de esta fuerza requiere diálogos y acuerdos de distintos niveles y no se logrará de la noche a la mañana o para siempre. Por eso es deseable pensar en grados y etapas para los compromisos sucesivos que se requieran.
- ¿Cómo se resuelven las diferencias dentro de una nueva “fuerza”? ¿Basta la imposición de los criterios de mayoría o una minoría significativa puede también tener derechos y sostener sus posiciones sin provocar rupturas? ¿Cómo se milita en esa fuerza? ¿Redes, territorio, redes y territorio, lugar de trabajo? ¿Cuáles son los procesos para conformar la dirigencia? ¿Cómo operarán las paridades, la de género y aquella otra no formulada hasta ahora pero necesaria entre dirigentes políticos y dirigentes sociales? ¿O todos debemos ser ambas cosas y la militancia política solo es completa si se basa en una militancia social? ¿Habrá algún criterio para que las diversas generaciones estén representadas? ¿Qué autonomía tendrán las organizaciones regionales?
En fin, son muchas las interrogantes y es hora de abordarlas. Para hacerlo no hay otra que lanzar tejos a la raya y correr el riesgo de algún desatino.
Santiago, 5 de septiembre de 2022.
Jorge Arrate