[Reseña literaria] La flor púrpura: la rudeza con que es posible espigar. Por Pepa Durán

,

Una mujer convierte un pecado en paz, silenciosamente. Por un lapso de tiempo su mano se vuelve omnipotente, sin asomo de furia, sin dominación. Darle la vuelta a la adversidad la detrae del lugar anónimo que se le había otorgado, de ese lugar fantasma que la satura de irrelevancia. Una mujer que es nada se vuelve totalidad, condenada a la inexistencia recoge sus restos y se articula. Y aunque en la construcción del relato parezca secundario, La Flor púrpura tiene ese revés en la trama que te sorprende, como una astucia narrativa que desata los nudos de una escritura tejida circularmente. Chimamanda Ngozi Adichie camina por los meandros de este tipo de existencia para llegar a su primera novela, esta maravilla publicada el año 2003.

Adichie, escritora y dramaturga nigeriana, tenía apenas veintiún años cuando había descifrado y transmitido en este relato los procesos históricos y los conflictos que han moldeado la identidad africana moderna; La flor púrpura ganó inmediatamente el Commonwealth Writers’ Prize por el mejor primer libro. A los treinta y dos años ya había escrito uno de los manifiestos más importantes del feminismo actual: Todos deberíamos ser feministas, y su obra completa es una composición armoniosa y equilibrada que habla sobre las raíces africanas, la diáspora afroamericana, el racismo, los prejuicios, la violencia, la discriminación.

Chimamanda es una Diosa.

PURPLE HIBISCUS

Purple Hibiscus, el nombre original de esta novela, es una exploración realmente salvaje de las complejidades y tensiones religiosas y políticas en Nigeria, especialmente en el contexto de inicios de siglo, donde crepita constante una increíble lucha por conservar las culturas y las lenguas. Es una especie de cosmogonía de colonialismo, muertes, guerras tribales, fraudes eleccionarios, irregularidades políticas y económicas, milicias, patriarcado, etc. La flor púrpura no se queda atrás en nada, su épica transita entre la religión, el poder y la libertad individual en el contexto cultural africano, pero también en las fuerzas supresoras, las ideologías y el poder que gobierna, gobernó y colonizó las mentes de quienes habitan el continente.

Esta novela es la historia de una familia nigeriana adinerada que construye su cotidianidad bajo un rígido y extremo ambiente religioso que tira y tensa en medio de un periodo de agitación social. Su protagonista y narradora, Kambili, es una joven que junto a su hermano Jaja vive bajo la severa e inflexible tiranía de su padre, un fervoroso y fanático católico que ha instaurado en su casa una dominación total, en la que sólo él posee el poder primario en cuanto a autoridad moral y control absoluto de sus vidas. Es un autócrata, supresor y déspota patriarca que ha llevado la religión y sus preceptos más extremos y estrafalarios a la cúspide de la intransigencia, la violencia y el maltrato físico, emocional y psíquico. Es el verdugo que castiga a los pecadores, algo que ineludiblemente intensifica la construcción y el alcance alegórico de la trama narrativa.

EL NOMBRE METAFÓRICO

Pero aunque te encuentras con este golpe textual, Adichie logra que nunca quieras renunciar a la lectura, porque te ubica en sus escenarios, te transporta hacia sus personajes y, sobre todo, porque no es posible abandonar a Kambili, a quien esta crianza supresora ha moldeado tímida, temerosa, asustadiza y angustiada, presa de preceptos que ha hecho suyos a fuerza de imposición y en una gestualidad primaria esclavizante. A Kambili la quieres desde las primeras líneas, la anidas, sientes su temor, su obligación, su obediencia, su amor, su furia interna, su curiosidad, su lucha, su dolor, su desconsuelo, su aflicción. Pero también experimentas su salida, la forma en la que es vencido el argumento, porque tal como recita Adichie, “el agua puede resultar tan espesa como la sangre”, lo superficial volcarse en profundo, las conexiones tan ligeras como hondamente significativas, lo ingrávido torcer hacia lo fatigoso o circular.

Magnífica Chimamanda, este es un retrato feroz de la vida cuando roza especialmente brutal, de lo simbólico que es la flor cuando se torna en tintes diversos, cuando toca en su atributo representativo, en lo figurativo que se vuelve el pigmento. Con su nombre metafórico La flor púrpura es una invitación sugerente e irresistible para mostrar ese ámbito a veces escondido: los vértices, las transformaciones, la raíz de la trama,  la semilla que arroja la escritura y la rudeza con que es posible espigar. 

Aunque parece difícil y cruda, Chimamanda Ngozi Abichie es dulce y asequible. La recomiendo porque creo que sería un “gran pecado” perdérsela.

Por Pepa Durán, de @aqui.se.lee

Magister en Lengua y Literatura Hispánica, Universitat de València.

Magister en Educación, Universidad Católica de Chile.