[Ensayo] ¡¡¡Quién te hizo tanto daño, Jack Kerouac!!! El arte de subir montañas en Los vagabundos del Dharma

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¿Buscas un camino que atraviese la nube?

Han Shan

Durante una llamada telefónica con mi amiga Pati, me preguntó qué estaba haciendo en ese momento. Le respondí que acababa de llegar a la cima de una montaña en Punta Arenas y le envié unas fotos del paisaje nevado. Su reacción fue inmediata: «¡Quién te hizo tanto daño, Matías Saá!». ¿Que quién me hizo tanto daño? Justamente estaba con el corazón roto. Mi instructor de trekking, al enterarse, me dijo algo al respecto: «Las fases del duelo son las siguientes: negación, pena, aceptación… y luego: cerro El Pintor, cerro Leoneras y cerro El Plomo, ¡eso duele más que un corazón roto!», me dijo, «te van a doler tanto las rodillas que ya ni pensarás en el amor!»

Jack Kerouac publicó Los vagabundos del Dharma en 1958, una novela autobiográfica que narra sus aventuras junto a Gary Snyder, su maestro en el budismo. En el libro, ambos aparecen bajo los nombres de Ray Smith y Japhy Ryder, respectivamente. Juntos escalan montañas empinadas, —el Matterhorn, por ejemplo—, cargando apenas unas mochilas con lo esencial: comida, calcetines y un par de zapatos de repuesto. Allí, en medio de la naturaleza, comen salchichas, porotos y queso; pero, sobre todo, beben vino —mucho vino— y se alimentan también de libros, especialmente de poesía oriental.

Japhy —es decir, Gary Snyder— vivía en una cabaña muy pequeña, de apenas cuatro por cuatro metros, sin muebles, sin siquiera una silla. Allí convivía con su mochila y sus libros académicos de antropología, haikus japoneses, budismo y mitología india, lecturas que lo llevaron a aprender chino y japonés. Se dedicó, además, a traducir los poemas de su maestro espiritual, Han Shan, un monje y poeta chino del siglo XVIII. Uno de los textos que traduce es un poema titulado Montaña fría. «Se trata de un sabio chino que se cansó de la ciudad y se escondió en la montaña», le explica Japhy a Ray. «Eso suena a ti», responde este.

Lo que Japhy admira de Han Shan es que «era un poeta, un hombre de las montañas, un budista dedicado a meditar sobre la esencia de todas las cosas». También valora su vegetarianismo, aunque él mismo no lo practique: «Ser vegetariano es pasarse demasiado, ya que todas las cosas conscientes comen lo que pueden», explica Japhy. Y añade: «Además, era un hombre solitario, capaz de arreglárselas solo y vivir con pureza y auténticamente para sí mismo». Básicamente, lo que Japhy admira de Han Shan es en lo que él mismo se ha convertido: un granjero, un sabio que medita antes del desayuno, a cuatro mil metros de altura y a prueba del frío. Un hombre que vive con lo necesario, que se viste con ropa regalada y usada del ejército, y que busca convertirse en un Bhikkhu.

En la montaña, Japhy, Ray y Alvah —quien representa al poeta Allen Ginsberg— compartían experiencias espirituales y sexuales, algunas de las cuales podrían vincularse con prácticas tántricas como el yab-yum, en la que la figura masculina se sienta en posición de loto y la femenina se acomoda sobre él, rostro con rostro. La mujer que los acompañaba era Princess, una joven rubia, descrita como «loca por el sexo y loca por los hombres», antiguo amor de Ray. Fue ella quien pidió unirse a la expedición al Matterhorn. «Ven con nosotros y te la meteremos todos a tres mil metros de altura», le dijo Japhy, según relata Ray.

Gary Snyder en la montaña en Glacier Park, julio de 1965. Fotografía por Allen Ginsberg

El sexo en Kerouac (Ray) no aparece como una experiencia placentera o liberadora —como podría esperarse de la contracultura beat—, sino como algo cargado de culpa, renuncia y conflicto espiritual: 

Pero aparte de todos mis sentimientos hacia Princess, estaba el año de celibato que había pasado creyendo que la lujuria era la causa directa del nacimiento, que era la causa directa del sufrimiento y la muerte, y no miento si digo que había llegado a un punto en el que consideraba los impulsos sexuales ofensivos y hasta crueles.

La doctora y experta en Sabidurías Orientales Antiguas, María Teresa Román López, explica la importancia de la montaña en las distintas tradiciones religiosas, ya que su cercanía simbólica con el cielo (Knock, knock, knockin’ on heaven’s door, como cantaría Dylan) —por su altura, verticalidad y supremacía— la convierte en un lugar propicio para la meditación. No por nada estos espacios fueron visitados por grandes figuras de la historia religiosa: Abraham, Moisés, Elías, David, Salomón, Jesús, Milarepa, el Buda, Mahinda, entre otros. «Escalar la montaña es un rito de iniciación, un encuentro con uno mismo, una búsqueda de alimento espiritual, una gran oportunidad de entrar en la “vida adulta del alma”», señala Mª Teresa Román. Habitar estas montañas remotas e inhabitables, en sus cumbres nevadas, solo podría ser posible para un budista perfecto decidido a vivir una vida ascética. 

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En la línea de Román, podemos ver cómo Kerouac utiliza la montaña como espacio de oposición radical a la ciudad moderna, lugar del ruido, la aceleración y el consumo. El viaje hacia lo alto se convierte en una forma de resistencia: Ray y Japhy suben cargando lo mínimo y se entregan a la intemperie como quien se desnuda frente a lo sagrado. La experiencia del frío, del silencio y de la contemplación forma parte de un ritual de desaprendizaje del yo. «Así es como más me gusta, cuando no tienes ganas ni de hablar, como si fuéramos animales que se comunican por una silenciosa telepatía» (Kerouac). 

En Japón, el ascenso encuentra una forma extrema en los yamabushi, ascetas de montaña que recorren senderos como parte de su entrenamiento espiritual. Influenciados por el budismo esotérico, el sintoísmo y el taoísmo, estos practicantes encarnan un ideal que Kerouac y Snyder apenas rozan: el del cuerpo transformado por el paisaje. Para el budismo japonés, especialmente en el shugendō, la montaña es un campo de pruebas, un sitio donde el asceta se disuelve en la naturaleza y se purifica por el fuego del esfuerzo. Esa idea resuena en Los vagabundos del Dharma: subir el Matterhorn con una mochila mínima, dormir bajo las estrellas, recitar haikus, beber vino barato… todo parece parte de un ritual que, aunque cargado de torpeza y ternura, busca algo parecido a lo que Han Shan encontró en su cueva: una forma de estar en el mundo sin pertenecerle del todo.

El personaje que representa Kerouac no se asemeja a un budista ideal, y precisamente por esta razón es tan intrigante. Es una persona inestable, alcohólico, que se dirige hacia la cima de la montaña buscando la iluminación, pero siempre termina regresando a la ciudad. En él se puede observar una lucha constante entre el deseo de alcanzar algo más elevado y la incapacidad de mantenerlo a lo largo del tiempo. Se trata de un individuo repleto de limitaciones y contradicciones, que valora la vida ascética, pero no consigue sumergirse por completo en ella.

Incluso Japhy, el personaje tan admirado por Ray, muestra fisuras inesperadas: teme cosas aparentemente insignificantes, como entrar al Bridgeport, un restaurante cualquiera. Ambos estaban hambrientos tras haber escalado más de 3.500 metros, y Ray solo quería una hamburguesa con papas y una taza de café. Pero Japhy, el mismo que podía pasar semanas solo en la montaña, se detiene en seco, intimidado por la gente bien vestida del lugar. «Fue entonces cuando descubrí su talón de Aquiles», escribe Kerouac. Aquel hombre pequeño y recio, capaz de caminar solo por las montañas durante semanas, de dominar cumbres y soportar el frío, se detuvo ante una puerta por miedo a la gente bien vestida del interior. «Japhy pensaba que el sitio que habíamos elegido parecía demasiado burgués e insistió en que fuéramos a un restaurante con pinta proletaria». Este gesto, que puede ser mínimo, desnuda la humanidad de Japhy, y que lo hace, quizás, aún más admirable, más real.

Pero ¡quién le hizo tanto daño a Jack Kerouac!

No lo sé, pero nos dejó un consejo:

Consíguete una cabaña que no esté excesivamente lejos de la ciudad, vive modestamente, vete a ligar a los bares de vez en cuando, escribe y piensa encima de las colinas y aprende a cortar leña y a hablar con las abuelas, tonto del culo, coge cargas de leñas y dáselas, bate palmas, aprende el arte de las flores y cultiva crisantemos junto a la puerta, y cásate, por el amor de Dios, consíguete una chica sensible y lista que mande a la mierda los martinis y todas esas estupideces de la cocina.

Por Matías Saá Leal. Estudiante de Literatura. Actualmente trabaja en Centro Arte Alameda.

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