Eliajh, el zapatero remendón de Spiegelgasse

Por Fernando Díaz

Estamos en Zurich, Suiza del año 1916. La primera guerra mundial asola Europa e intranquiliza al mundo, mientras la Rusia zarista tiene afanes conspirativos, esta vez un motín palaciego destrona al Emperador. Zúrich, es frecuentado y habitado por personajes descollantes, provenientes de la órbita occidental de la Europa convulsionada, incluyendo Finlandia y Rusia. En particular se le asocia al discurso y pensamiento revolucionario.

En la estrecha calle Spiegelgasse, de adoquines y casas contiguas pareadas de 2 pisos, ubicada en el casco antiguo de la ciudad, reconocida como centro artesanal y de pequeños almacenes, a espaldas del Lago Limmat, se congregan un variopinto de intelectuales, poetas, pintores, artesanos. A fines de ese año en el n° 1 abre el Cabaret Voltaire, creado por un grupo de jóvenes artistas y escritores como centro de conversación y entretenimiento. Hugo Ball y Tristan Tzara tras esos encuentros lanzan el Manifiesto DADA, en la idea de destruir la comprensión tradicional del arte y la estética[1]. Por esas calles, hacia los años ’40, jóvenes proclives a movimientos radicales se acercaban a la ideas de Mijail Bakunin, sin pensar que ya mayores adherirían al anarquismo.

En el n° 14 de Spiegelgasse, el zapatero remendón Eliajh es reconocido por sus conversaciones, amabilidad y tesón, quien no sólo repara, además era elogiado por su creatividad, elaboración y calidad de calzados que elabora en su taller hasta altas horas de madrugada. Sus principales clientes provienen de clases pudientes y burguesía. Una panadera, una fábrica de embutido asfixiando con su hedor toda la cuadra, un actor, un almacenero, entre otros, viven en esa oscura calle que se ilumina en primavera.

Solicitudes frecuentes de reparación y hechura son varios pedidos a última hora. Eso sí, se le destaca por su puntualidad faenando hasta al anochecer con escasas horas para dormir y descansar. Eliajh se deja tiempo para incorporarse a reuniones de su gremio y asambleas de obreros y artesanos de la ciudad, ronda en el ambiente una amenaza a futuro: la Revolución Industrial está en la puerta de sus países. Atentos ante tal peligro latente, se preguntan ¿qué será de sus talleres, pequeños rubros y trabajadores de la ciudad? Acuden al llamado pares de territorios limítrofes, especialmente quienes sufren los dolores de la guerra, en la creencia que no habrá paz.

Eliajh es cercano a socialistas revolucionarios, dirigente máximo de su gremio de elocuente discurso, reconocido por misiones de auxilio a familias en situaciones complejas. En estos últimos días de marzo está inquieto, sólo con un breve saludo en su taller a la clientela se limita a recibir los encargos y despacha sin más a sus usuarios, cerrando temprano la tienda; al amanecer sale raudo de su casa, agitado regresa a su local, esta vez la merienda de medio día se la lleva su compañera al taller y al anochecer vuelve a salir con destino desconocido. Su cambio de actitud preocupa al vecindario, elucubran innumerables situaciones; sin más, esperar, la ansiedad les corroe, consultan a su esposa, quien asegura que ignora sus pasos o en qué labores anda. Temen preguntar a Eliajh; eso sí, no hay demora en la entrega de los calzados.

Tras tal rutina, al atardecer le divisan cargando dos bultos y una canasta atiborrada de alimentos, especialmente verduras y frutas. No era frecuente que el lechero dejara un tiesto frente a la casa, esta vez, si ocurrió. Más llamó la atención, cuando calladamente fue a la fábrica de embutidos solicitando que le reservaran los mejores trozos de carne de vacuno o ciervo. La artimaña preocupó a los parroquianos en especial a quienes vivían en los pisos superiores; las doñas tras las cortinas atentas a movimientos extraños, llegadas de carromatos, presencia de policías y tantas miradas como dudas son.

Hablemos de un miércoles de marzo, 1916. Un sobrio personaje con una especie de birreta cubre su cabeza, acompañado de una mujer, ingresan casi al término de la reunión; luego de entonar la “Internacional”, vítores, clamores contra la “explotación de los obreros”, vivan los “revolucionarios del mundo”, éste y su mujer abandonan rápidamente el local, lentamente caminan a la esquina contraria al lugar donde se inicia la marcha hacia Sefler Graben; una sonrisa socarrona acompaña su rostro deteniéndose frente al n° 1 de la calle Spiegelgasse; durante la espera intenta encender su pipa, todo en vano, el tabaco está húmedo por el frío que cala los huesos. Ambos muy abrigados, trajes oscuros y un bolso amplio que la mujer protege.

Eliajh tras charlar breves instantes con sus compañeros dirigentes de diversos gremios y sindicatos, se aleja de la marcha. De lejos divisa dos sombras en una esquina, “ellos son” se dice para sí con un bosquejo de tranquilidad, inquieto por la tardanza, preocupado porque el interlocutor no se entere de su nerviosismo y ansiedad; ignora que tendrá ante sí al protagonista de los “Cien días que estremecieron el mundo”. Con el puño izquierdo en alto le saluda con un fuerte apretón de manos, con leve inclinación saluda a Nadia, la compañera de Lenin.

El zapatero le expresa con voz entrecortada, “Camarada Lenin, para los trabajadores de la ciudad y sus familias es un alto honor contar con su visita; más aún, en este lugar estará cuidado por nuestros vecinos, mayoritariamente compañeros socialistas. Intentaremos con mi mujer ofrecer la tranquilidad y el descanso que ud. merece en nuestro modesto hogar. Nuestro deseo, luego de estos últimos viajes visitando ciudades, es ayudarlo a superar esa amargura que contrajo en su injusta relegación en Siberia, nada más que nos queda es estar a su disposición.”

“Gracias camarada y amigo, si me lo permite llamarle Eliajh; me he enterado de su extraordinario esfuerzo por organizar a los obreros y artesanos de este país, además estableciendo vínculo y alianzas con los obreros del carbón en Escocia, los granjeros de Suecia, Bélgica y los trabajadores ferroviarios. Estamos a las expectativas, fue extraordinario escuchar sus palabras de inmensa magnitud y significado, aunque le escuche sólo sus últimas palabras, su valeroso y ardiente discurso pregonando la unidad de las fuerzas que combaten romper el yugo de la explotación capitalista, tiene un alcance insospechado.

Continúa Lenin con dos peticiones, una de éstas es una advertencia: “le solicito que nadie se entere de mi permanencia en su hogar, y, en segundo lugar, una petición; estoy un tanto preocupado y quizás sea incómodo para Uds. camarada, tras una breve pausa, me acompaña mi fiel gato en todas nuestras giras y no lo quiero abandonar a su suerte. Lian, así se llama nuestro minino, nos da mucho cariño, es un felino que respeta mis tiempos de lectura y escritura, siempre a mi lado, por lo general cumple la gran tarea de cuidar a este dirigente”.

Chis, bah, no se complique camarada, exclama Liajh, “nosotros para espantar a los malditos ratones nos hemos amañado muchos gatos en esta calle, así es que su gato incluso podrá encontrar camaradas felinos como el suyo tan importantes para lo que viene.” Lenin le responde inmutable, me disculpa camarada, Lian no está habituado para callejear, siempre está al lado nuestro, como le dije es nuestro guardián. Lo que sí me preocupo, este animal es sano y jamás ha sido infectado o enfermado. Le reitero camarada Eliajh, no será posible que se integre a la manada, por consiguiente, es probable que para uds. sea un problema o para su camarada”. Entiendo, retruca Eliajh, de igual manera será un placer atender a este destacado huésped tan crucial para su tranquilidad y cuidado camarada Ilitch.

Lenin organiza su diaria rutina, ir a la biblioteca por las mañanas y tarde, luego de la merienda de mediodía. Por los diarios se entera de los últimos acontecimientos de la guerra y da las puntadas finales de su primer ensayo “El Imperialismo, fase superior del capitalismo”. Pasados unos meses, a fines de marzo al bibliotecario le llama la atención la ausencia de este señor que llega a primera hora al recinto y es el último en retirarse. Algo le habrá ocurrido, se imagina e inquieta.

En el mes de abril de 1917, acompañado de Fritz Platten trepa al vagón extraterritorial que lo llevará a Rusia. El viaje fue mediado por Robert Grimm, tras negociar con el gobierno Alemán de la época, la imposibilidad que se le detenga en el trayecto y que no se le impida salir del territorio alemán, con el compromiso además, de evitar comentarios e información al respecto. Sólo en Fráncfort sintió algo de temor al momento que la policía sube a los vagones a revisar los documentos personales. Lenin no es importunado.

Cuando el tren ingresa a las agujas de una estación finlandesa, la inmensa plaza está llena de gente. Resuena la «Internacional». Al momento que Vladimir Ilitch Ulianov, Lenin, desciende del tren, aquel hombre insignificante que hasta hace poco vivía en Suiza en casa de un zapatero, es aplaudido por una colosal multitud y llevado en hombros hasta un protegido automóvil que le llevará a San Petersburgo. El Partido Obrero Suizo no lo esperó en la estación para despedirse, opinan que este viaje es peligroso e imprudente. Sólo algunos camaradas rusos exiliados enviaban mensajes o encomiendas a sus familiares. Seis meses después de abril de 1917, Lenin encabeza la Revolución de Octubre, bolchevique, para otros.

Eliajh es el único que conoció la misión de Vladimir Ilitch, de quien nadie dice nada, quizá porque no llama la atención, no habita en ningún gran hotel, ni frecuenta los cafés, ni asiste a ningún acto de propaganda, vive retirado con su esposa en casa de un zapatero remendón. Poco comunicativo. La tendera sabe que huyó de Rusia y se da cuenta que no dispone de mucho dinero, sin grandes maletas para su transporte, resalta su modestia. Llegaron con pocas cosas y se van con pocas cosas. Solo el zapatero Eliajh y dos o tres camaradas zapateros lo acompañan a la estación; en una cesta cubierta por el frío y con comida suficiente para su fiel y leal Lian, crucial integrante de la comitiva.

Eliajh el zapatero remendón cumplió la misión encomendada; le proveyó de dos pares de calzado para el viaje, cómodos y protectores de la inclemencia del tiempo, fue una pieza vital en la trayectoria de este gran dirigente del movimiento obrero internacional, conservando la matriz del rubro: cuidar los pies y brindar solidaridad.

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[1] Stefan Zweig et al.