Entre plazas, versos y canciones florecen los árboles de Natalì Nez
Nataly Inés Panes Muñoz (38) siempre quiso estudiar arquitectura para diseñar plazas que tengan muchas áreas verdes y así acercar la naturaleza a las personas. Quería «naturalizar la ciudad», según sus propias palabras. Para eso se matriculó en la Universidad de Los Lagos y tras algunos años (en 2012), se trasladó a la Universidad de Valparaíso a terminar la carrera. En el puerto descubrió, hace menos de una década, que las pasiones de infancia lo son para toda la vida. Natalì Nez es una prueba de ello.
Así decidió llamarse de manera artística, haciendo un juego de palabras con su nombre real. Hace cerca de ocho años que, en medio de un viaje altiplánico con fines académicos, se reencontró con la guitarra. «Me pillé con una amiga y me dijo; ‘oye, ¿tú sabes tocar guitarra?’ Yo le dije que desde pequeña me enseñaron, pero no sé si lo recuerdo. Y la agarré y me acordaba», narra. Hasta entonces, la música la acompañaba a diario desde niña, pero interpretarla era cosa del pasado.
«Vengo de una familia campesina, williche, de Puyehue. Todo lo que se forjó en esa niñez, en esa primera infancia, es lo que soy hoy como persona. Estudié en una escuela rural donde tuve mis primeros pasos musicales. Vengo de una familia que también es evangélica, entonces estuve muy cercana a la música desde muy chiquitita, al canto sobre todo. En la escuela rural donde estudié, en Los Negros, tuve una formación coral. Ahí nacieron las ganas de cantar, me gusta mucho cantar y la música», cuenta.
Algo mágico
La adolescencia de Nataly estuvo marcada por el ostracismo y la introversión. «Quizás fue como un bloqueo desde la infancia de ese vínculo con la música en la escuela. En mi adolescencia, hubo un periodo en que me hice bolita. Fui bastante introvertida», precisa. Así, ingresó al Liceo Industrial de Osorno para estudiar su enseñanza media y obtener el título de dibujo técnico. Luego comenzó sus estudios de arquitectura, hasta que tuvo el mencionado episodio con la guitarra.
«Conocí en San Pedro de Atacama a unas chicas músicas. Entonces con ellas me hice un grupete. Y ahí comencé a tocar la guitarra y a cantar. Así como recordando quién soy yo. Y fue algo maravilloso porque sentía que realmente era muy mágico que estuviera sucediendo. Además que me decían, ‘oye, yo no puedo ni tocar. Yo con suerte canto y tú puedes cantar y tocar a la vez’. Entonces eso me motivó muchísimo a poder seguir haciéndolo», expone Natalì Nez.
Justo en aquellos momentos, Nataly pasaba por dudas vocacionales como arquitecta. «Me encontré con muchas trabas por la burocracia, el sistema económico. La construcción es una de las actividades económicas que más contamina el medio ambiente. Destruye montañas, degrada suelos, contamina muchísimo. En un momento pensé en que no quería ser parte de eso, porque va en contra de todo lo que yo creo, siento, soy», cuenta.
«La música llegó a despertar estas ganas de poder compartir lo que una es, lo que una siente, con el fin de conectar con otros que sean como tú», sintetiza.
Ímpetu creativo
Volviendo a Valparaíso desde aquel viaje por el altiplano, Nataly decidió ingresar a un taller de canto. «Seguí conociendo personas del ambiente artístico. Y de ahí no paré más. Empecé a estudiar la guitarra. Me metí a algunas agrupaciones de música. Y quería yo, así bastante estructurada, meterme prácticamente a estudiar guitarra en un conservatorio para hacerlo bien», relata. Un amigo le aconsejó que aproveche la motivación y que comience a crear su propia música.
«Me dijo que yo estaba en este ímpetu creativo, súper emocionada. Era un momento especial para crear mi música. Yo me preguntaba cómo voy a crear mi música», recuerda. En esa misma conversación, su amigo le planteó que la música se trata de decir y transmitir. Con Violeta Parra y Víctor Jara como referentes, por sus características transgresoras y de transmisión de sensaciones, se atrevió a dar el paso. «Agarré mi mochila y me fui de viaje. Estuve en el Valle del Elqui, la Araucanía. La Ñuque Mapu es quien me ha regalado todas las canciones», admite Natalì Nez.
«La primera canción la quise hacer muy sencilla, como el blues, que me gusta harto. Ahí nació ‘Caminos del Sur’. Yo estaba muy lejos, en Bolivia en ese tiempo. Anhelaba mucho el verde de acá, el agua, el monte. Viajando uno conoce mucha gente y allá en Bolivia conocí a una ñañita. Ella decía que al sur del mundo estaba el tesoro del mundo, porque estaba el agua. Entonces, que nuestro camino siempre debía ser hacia donde esté el agua. Eso me quedó dando vueltas y por eso yo escribí Caminos del Sur», revela.
Transformación social
Pese a este redescubrimiento de la música, Natalì Nez no ha dejado de trabajar como arquitecta. Eso sí, desde la vereda de la sustentabilidad. «En el camino me encontré con la bioconstrucción, soy bioconstructora, ese es mi oficio. También soy educadora ambiental, desarrollo diferentes proyectos, generalmente artísticos, medioambientales, comunitarios, que vayan en esa línea», apunta la cantante.
Pero su música también va contra la corriente. «Para mí la música es una herramienta de transformación social. Otras cosas que me motivan a hacer música son poder contribuir a mejorar. A mejorarnos como personas. A poder reflexionar. A poder tomar conciencia del paraíso donde vivimos. Y eso, para mí no es algo comercial ni popular. De hecho, no soy muy popular», estima.
Natalì Nez, cuyas letras, a su juicio, «son bastante críticas, reflexivas y también contestatarias», argumenta al respecto. «Mi discurso lo es porque, en realidad, vivimos en un sistema que hace daño a lo que nos da la vida. Entonces, ¿cómo me voy a reclamar sobre esto si en realidad está mal? Por eso te digo que no soy tan popular, porque muchas veces uno dice cosas y las personas se las toman personal. Pero en realidad es una crítica al constructo social que nos guía a actuar de esta manera. Tiene que ver igual, yo creo, con la cosmovisión mapuche-williche».
Ancestralidad
Como contó en un principio, Natlì Nez proviene de una familia williche, la que, según descubrió recientemente, «vienen con una tradición de la arcilla». Esto y más, la acercan a esa ancestralidad que deja de manifiesto en sus canciones. «En el momento en que comencé a hacer mi música, nacían en mí muchas sonoridades que me llevaban a la naturaleza, el viento, el sonido del cultrún. Yo siempre me he reconocido como una mujer williche, a pesar de que, claro, una es mestiza. Pero mi conciencia de mujer indígena es algo que me impulsa también en mi quehacer diario», señala.
Agrega que «promover el buen vivir es parte de lo que me motiva a hacer diferentes tipos de actividades que nos vinculen como comunidad a nuestro territorio. Nos podemos reconocer en la naturaleza. Entonces, en mi música he intentado poder integrar estas sonoridades de la música williche. Por ejemplo las cascahuillas, los vientos, las percusiones de cuero, el trompe. Cuando la siento la música, así me suena. Entonces trato de que pueda ser lo más orgánica posible, que muchas veces se sale de algunas métricas».
La cantante detalla que «es sumamente importante que las personas que venimos de una familia, de una raíz williche, podamos volver a tener contacto con la tierra. Porque es ahí donde está nuestra fuerza, nuestra sabiduría, nuestro kimün, nuestro newen. Es ahí donde podemos poder construir el mundo que queremos para los que vienen después. Creo que eso es algo que hay que pensarlo y hay que accionar. Porque podemos pensar muchas cosas, ponerlas en libros, en discos a lo mejor. Pero accionar es algo que es necesario para poder cambiar las cosas».
Territorialidad
Natalì Nez comenzó su carrera musical en Valparaíso, donde residía hasta casi dos años atrás. Sin embargo, desde un comienzo quiso presentarse en su territorio. Fue así como postuló con la canción ‘Gûaina’ al Festival Campesino 2016 en Osorno. «Es una composición que creé y compartimos los arreglos con mi compañero Leo. Postulamos con la mirada fija en poder cantarle a nuestra identidad williche», rememora.
«El siguiente año también presentamos un tema con esencia de plegaria y de goce. Algo muy de este rescate campesino williche, que es una esencia muy marcada acá. En 2018 participé igual en el Festival Sonora, en Santiago, buscando reivindicar esta música. Siempre he querido orientar mi música a la visibilización de las tradiciones williche», expresa.
En 2018 también participó del festival y encuentro de música folk ChilEtno (actualmente EthnoChile), en la región de O’Higgins. Allí realizó una residencia artística con compositores y compositoras de varios países. «Cada una llevaba dos canciones, las cuales se iban a orquestar con un grupo de unas 30 personas. Fue tremenda experiencia de creación. Yo iba ahí toda pollita con mis cancioncitas. Con ellos hice la primera canción que compuse en chesungun, que se llama Mongeyen. La cantamos en cinco escenarios, estuvimos diez días, y en cinco días nos aprendimos un repertorio de veinte canciones», relata.
Creación
Con esa experiencia en el cuerpo, Natalì Nez comenzó a consolidarse como un proyecto de autoría propia por excelencia para Nataly. «Para mí marcó un hito, ser una cantautora con guitarra, viajera. Recuerdo muy bien las palabras de la encargada de cuerdas: ‘aquí no todos estos músicos pueden crear la música que tú creas. Así que tú no sientas que eres menos porque no sabes de partituras y esas cosas. Aquí muchos de nosotros no podemos crear, solo sabemos tocar’. Entonces, ahí entendí la importancia de la creación, de la importancia que tiene poder comunicar del lugar privilegiado que tenemos», revela.
Su proceso para crear es diverso, cuenta Natalì Nez. Puede ser que escriba algo y luego encuentre la melodía que le calce perfecto. O viceversa. «De repente solo estoy abocada a disfrutar de melodías, a crear melodías, que a veces incluso se me olvidan. Es siempre desde el juego. Muchas de mis canciones han nacido en la contemplación de la naturaleza para poder transmitir lo que veo y siento», menciona. Ha creado canciones como ‘El Vuelo’, en medio de conversaciones con amigas, por ejemplo.
«En ese momento estaba tocando el trompe, con los ojos cerrados y de repente abro los ojos y frente a mi había un colibrí. ¿Cómo no creer? ¿Cómo no confiar en la medicina que tiene la naturaleza para nosotros? Hay momentos en que me pego con una melodía y digo, ‘ay, esta melodía es’. Busco en qué tonalidad está, cómo se puede modular para ser un poco más interesante y de ahí le pongo la letra. Incluso hay canciones que han salido caminando», asegura.
Madre Selva
Pero Su proyecto personal no es lo único que mueve musicalmente a Natalì Nez. También forma parte del colectivo Madre Selva. «Yo llegué acá en 2016 al Centro Cultural Sofía Hott y conocí a Lidia Vargas, que es una amiga muy querida. Ella me brindó todo su apoyo en todo lo que quisiera hacer. Yo venía de trabajar en escenografía en Valparaíso. Llegué acá como cantautora y, antes, el ambiente musical era bastante machista y en algunas ocasiones misógino. Alguna vez me bajaron de un escenario, realmente pasé momentos bien agrios acá, cuando llegué a Osorno», dice.
«Con la Marylyn (Bello) nos conocimos en el Festival Campesino, concursando ambas en diferentes categorías, nos echamos el ojo. Cuando conocí a la Lidia le dije, ¿sabés qué? Hay que juntarnos, hay que juntar a las mujeres que hacen música acá. Porque es la única forma de visibilizarnos y las mujeres somos buenas para trabajar», cuenta. Fue así que para el 8 de marzo de 2016 organizaron un show junto a MarylynDollyna, Nati Cartes, Jhanis Bustamante y Elvys Pérez. Además, la artista Kiyen Clavería estuvo a cargo de las visuales.
«Allí nos vio Leo Gutiérrez de La Voz de la Costa. Y me acuerdo que me envió un mensaje después diciéndome que había sido precioso, conmovedor. Nos invitó al Festival Campesino porque encontraba sumamente importante lo que estábamos haciendo de juntarnos como mujeres creadoras. Pasó un tiempo y el 2019, nos llaman y nos invitan como artistas estelares al Festival Campesino. Como Madre Selva», revela sobre los orígenes. Actualmente, el grupo lo componen Natalì Nez, MarylynDollyna, Cantauria, Mishi y Pany Kramm.
Proyectos
Natalì Nez es el proyecto que ocupa mayor tiempo para la cantante. «La Natalì Nez es mi proyecto musical. Siempre estoy pulsando por cuál me reconoce la gente en lo musical. Con Madre Selva nos juntamos, tenemos ahí un temita que todavía no ve la luz. Está ahí como una semillita esperando germinar, que nos va a permitir poder sonar en sus celulares. Y hace poquito debutamos con un dúo tributo a Víctor Jara, que se llama Canto Sentido. Allí musicalizamos la obra de Víctor Jara desde una connotación de renacimiento, de alegría, de memoria, y sobre todo como con anhelos de libertad, de expresión», explica.
Asimismo, Natalì Nez formó «un trío en el cual musicalizamos un concierto súper bonito que se hizo este año en enero. Trabajamos con el Marcelo Cañulef y la Stephanie Graham y creamos Natalè Nez Sonidos del Sur. Fue súper bonito para mí poder materializar todos esos sonidos. La percusión, una flauta por acá, el sonido del agua por acá. Desde que nos conocimos con Marcelo me dijo ‘yo te apaño’. Espero que en algún momento podamos volver a encontrarnos, que andamos todos ahora medio dispersos».
A la cantautora la música siempre la encuentra, aunque se tome pausas y se vaya al campo. «La música donde yo esté me agarra de un ala y me dice, venga a cantar. Este año toqué muy poco, toqué en enero con los chiquillos y lo solté. Me fui a poder materializar acá y visibilizar la bioconstrucción, sobre todo buscando empoderar a las comunidades con la arcilla. Estaba en eso y de repente la ONG Impulsa me invita a desarrollar un proyecto súper bonito con Nati Cartes y Violeta Meier. Están acercando la música de mujeres de la región a las escuelas rurales, es hermosísimo», indica.
Registrar
Lo próximo en la carrera de Natalì Nez es grabar algunas de su más de veintena de canciones de las que hay menos de una docena registradas en videos. «Me gustaría mucho poder trabajar en lo que va a ser mi música. Ya he trabajado harto por tener un espacio para poder trabajar las canciones, las armonías, los arreglos y todo eso. Espero grabar de una manera más digital, para poder compartirlo mediante los canales de difusión que hoy en día están. A mí me gusta todo lo análogo, el acústico y todo eso, pero hoy en día también hay que saber adaptarse a la realidad», asevera.
Y adelanta que «estoy trabajando en unas cancioncitas que espero vean la luz a fin de año. Y, bueno, vamos a seguir con Canto Sentido, compartiendo música de Víctor Jara por acá por la región. Con Madre Selva nunca se sabe, por ahí hay algunas cositas, pero todavía necesitamos concretarlas». La cantautora tiene diversos repertorios según la ocasión. «Hay canciones que sólo toco con Madre Selva, otras que toco, por ejemplo, cuando me invitan a tocar por la causa Mapuche. Son canciones para eso», remarca.
Si es que hay más artistas o el ambiente es rockero, asegura que «también tengo algunas canciones donde me gusta hacer blues, me gusta integrarlo. Siento que el blues y la música williche tienen una conexión muy profunda, ya que ambas, por ejemplo, nacen del lamento. El blues nace con los africanos lamentando su tierra allá en el norte y la música williche también. De hecho, en Chiloé fue prohibida, o sea, la gente que tocaba su instrumento ceremonial era quemada. Entonces hay una conexión muy profunda entre esos dos géneros».
Grande y chueco
Natalì Nez entrega un mensaje a las nuevas generaciones de músicos y músicas de la zona. «Que crean, que confíen. Crear y creer van de la mano». Tal como dice su canción ‘Mi árbol’: Aunque me habite un inmenso desierto/ Yo seguiré plantando cada árbol/ Y floreciendo en versos y canciones /Pa’ que la niñez crezca convencida /Que hay un futuro verde y colorido /Con miles de árboles creciendo en el camino.
«Mi intención con esta canción y con ‘La Siembra’, es poder llevarla a los colegios, enseñarla a los niños. Y sobre todo si son bien repetitivas. Ese es el propósito de esa canción. Yo plantaré, yo plantaré mi árbol. Siembra la semilla, siembra la semilla. Es un mensaje subliminal», dice riendo. «Si el reggaetón lo hace, ¿por qué no lo hago yo?», se pregunta.
Y sobre su propio árbol, responde: «está grande. Es bien grande y bien chueco porque quiere que lo corten. Es un árbol chueco. Esa canción me ha dado las alegrías más lindas de la vida, y es una canción contestataria». El árbol sigue en pie, en versos, canciones y también en las plazas verdes que siempre imaginó.